por Cindy Wooden
CIUDAD DEL VATICANO (CNS) — Ármense de valor y vayan a confesarse, huyan del egoísmo y del pecado y regresen hacia Dios durante este Año de la Misericordia, le exhortó el papa Francisco a la gente que había asistido a una ceremonia de penitencia de la Cuaresma.
“Cuando nuestro deseo de ser curados se hace más valeroso, conduce a la oración, a la súplica ardiente y persistente de ayuda, como lo hizo Bartimeo en la narración que aparece en el Evangelio de San Marcos: ‘Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí'”, dijo el papa.
Con este acto paralitúrgico de penitencia en la basílica de San Pedro, el 4 de marzo, se inició la celebración en Roma de “las 24 Horas del Señor”, periodo de tiempo en el cual algunos templos seleccionados en la ciudad estarían abiertos toda la noche, o por lo menos en horas extendidas, para que la gente se pudiera acercar a los confesionarios y tener la oportunidad de adoración eucarística.
Después de que el papa Francisco terminó su homilía, se dirigió a un confesionario de la basílica, se hincó en tierra, frente a un sacerdote y se confesó. Después, unos 60 sacerdotes se dirigieron a otros confesionarios o, a falta de ellos, a simples sillas colocadas en rincones callados para confesar a la gente.
Como Bartimeo, que era ciego, los católicos se confiesan porque quieren ver de nuevo, dijo el papa. “Nuestros pecados nos han hecho perder la vista de todo lo que es bueno y nos han robado la belleza de nuestro llamado, llevándonos, en lugar de eso, muy lejos de nuestro destino final”.
La ceguera causada por el pecado “nos empobrece y nos aísla”, dijo el papa. Nos evita que veamos lo que es importante y, en lugar de eso, nos hace dirigir nuestra mirada hacia nosotros mismos a tal punto que “nos vuelve indiferentes hacia el prójimo y hacia lo que es bueno”.
“Qué fácil y equivocado es creer que la vida depende de lo que tenemos, de nuestro éxito y de la aprobación que recibimos de otros”, dijo el papa. El pecado nos hace creer que “la economía es solamente para recibir ganancias y hacer consumo” y que “los deseos personales son más importantes que la responsabilidad social”.
Este Año de la Misericordia, dijo el papa Francisco, “es una oportunidad favorable para darle la bienvenida a la presencia de Dios, para sentir su amor y para regresar a Él con todo nuestro corazón. Como Bartimeo, tiremos nuestro manto y pongámonos de pie; esto es, tiremos todo lo que nos evita levantarnos hacia el Señor”.
Y dirigiéndose a los sacerdotes, especialmente a aquellos que irían a dispensar el sacramento inmediatamente, el papa Francisco les exhortó a que estuvieran seguros de que nada de lo que dijeran o hicieran le hiciera a la gente más difícil acercarse a Jesús en la confesión.
Se supone que los sacerdotes están para “inspirar valor, para apoyar y para conducir a otros hacia Jesús”, dijo. “Nuestro ministerio tiene el propósito de acompañar a las personas al encuentro con el Señor para que tal sea personal e íntimo y para que el corazón se abra ante el Salvador, con honestidad y sin miedo”.
El dón del magisterio sacerdotal, dijo, es un dón que lleva la posibilidad de facilitarle al pecador un encuentro personal con el Señor y, aún más “la posibilidad de extender la mano y absolver, haciendo de esta manera la misericordia de Dios visible y efectiva”.
“En verdad no debemos debilitar las demandas que nos hace el Evangelio, pero tampoco podemos arriesgar que los deseos de reconciliarse con el Padre por parte del pecador se frustren”, dijo el papa Francisco. “Pues lo que más espera el Padre de los Cielos es que sus hijos e hijas regresen a casa.
“Que todo hombre y mujer que se confiese encuentre al Padre que les da la bienvenida y al Padre que los perdona”, dijo el papa, improvisando y añadiendo algo a la homilía escrita de antemano.