
por Archbishop Joseph F. Naumann
¡Habemus Papam! ¡Tenemos papa! Me sorprendió lo rápido que el Colegio de Cardenales discernió al elegido para ser el próximo sucesor de Pedro.
Me sorprendió aún más que el nuevo papa haya nacido en Chicago, asistido a una escuela parroquial, ordenado sacerdote agustino, pasado gran parte de su sacerdocio en Perú como misionero y luego como obispo, y que también haya servido durante muchos años en Roma como superior general de la orden agustina y, más recientemente, como prefecto del Dicasterio para los Obispos. El papa León XIV es el octavo papa durante mi vida, y el primero que es más joven que yo.
Me sentí consolado al saber que el papa León es aficionado a los White Sox y no a los Cubs. Como nativo de St. Louis, simplemente no habría sido correcto que los cardenales eligieran a un fanático de los Cubs.
La elección de un nuevo papa nos recuerda las palabras que profesamos en el Credo Niceno: “Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.”
El papa es símbolo de la unidad de la Iglesia, de nuestra unicidad. Los 1.4 mil millones de católicos en el mundo miramos al papa como nuestro padre espiritual. Todos lo llamamos Santo Padre.
El proceso de selección de un nuevo papa no se asemeja al de líderes de otras organizaciones. Todo el proceso está impregnado de oración. Primero, oramos con dolor durante varios días por la muerte del papa Francisco, seguidos por varios días más de oración por parte de toda la Iglesia, pidiendo que los cardenales se dejaran guiar por el Espíritu Santo.
Antes del cónclave, los cardenales hacen un juramento de confidencialidad. Están aislados de los medios de comunicación y de influencias externas. Durante el cónclave, se visten con ornamentos rojos, símbolo del Espíritu Santo, al igual que se celebran más de medio millón de misas diarias en todo el mundo. El proceso no está diseñado para ser político, sino profundamente espiritual y santo.
La Iglesia es católica — universal. La diversidad nacional y étnica del Colegio de Cardenales ejemplifica esa universalidad. Del mismo modo, después de la aparición del humo blanco, los cientos de miles de fieles que llenaron la Plaza de San Pedro, ondeando banderas de distintos países, fueron un recordatorio visual de que tenemos hermanos y hermanas en Cristo en todos los continentes del mundo.
Lo más importante es que la elección del papa fue una expresión poderosa del carácter apostólico de la Iglesia. El hecho de que podamos nombrar a cada obispo de Roma desde Pedro hasta el papa León XIV deja claro que la autoridad del papa, como Príncipe de los Apóstoles, se remonta a la designación de Pedro por parte de Nuestro Señor como la roca sobre la que edificó su Iglesia.
Todo obispo católico es un sucesor de los apóstoles. No puedo decir de cuál de los otros once apóstoles soy sucesor. La Iglesia no fue tan meticulosa en conservar los registros de los demás apóstoles como lo fue con Pedro. Lo que sí puedo decir es que mi línea episcopal se remonta a San Juan Pablo II.
Pedro y los otros apóstoles no eran los mejores ni los más brillantes. No estaban instruidos. No eran ricos. No eran influyentes en la sociedad judía. San Pablo, quien también llegó a ser apóstol, describió a los apóstoles como no poderosos, no nobles, ni sabios ni importantes. Pablo afirmó que Dios eligió a los insensatos del mundo para confundir a los sabios; lo débil para avergonzar a lo fuerte; lo bajo y despreciado, lo que no cuenta, para reducir a nada a los que en el mundo son considerados algo.
La Biblia es preciosa para todos los cristianos. Es un libro en el que Dios se sirvió de autores humanos para revelarse a nosotros, y también para revelarnos nuestra verdadera identidad como hijas e hijos amados de Dios. Como católicos, debemos leer la Biblia y orar con ella todos los días.
Sin embargo, es importante saber que Jesús no les dio a los apóstoles copias del Nuevo Testamento. Los libros del Nuevo Testamento fueron escritos durante el primer siglo después de la muerte y resurrección del Señor. No fue sino hasta el siglo IV cuando el Nuevo Testamento, tal como lo conocemos, fue aprobado por un concilio de obispos.
Durante la mayor parte de la historia cristiana, la gran mayoría de los cristianos no podía leer la Biblia porque eran analfabetos. Incluso entre quienes sabían leer, las copias de la Biblia eran muy escasas hasta la invención de la imprenta en el siglo XV. Por lo tanto, la Biblia no puede ser el único medio donde encontremos las verdades del cristianismo.
Lo que Jesús sí les dio a los primeros cristianos fueron los apóstoles. Los apóstoles no tenían dinero, programas ni edificios. No contaban con imprenta, y mucho menos con internet para difundir la fe. Tampoco tenían trenes, aviones ni automóviles para viajar por el mundo. Nuestro Señor les había dado una misión imposible: hacer discípulos en todo el mundo. Lo que sí tenían los apóstoles era su propia experiencia con Jesús. Dieron testimonio de lo que habían visto y oído.
De forma extraordinaria, difundieron el Evangelio cristiano en una dirección hasta la India y en la otra hasta España.. Incluso bajo duras persecuciones, los apóstoles establecieron una red de comunidades cristianas en muchas ciudades y pueblos. Cuando pasaban a la siguiente ciudad, dejaban a un hombre a cargo de la comunidad cristiana. Estos fueron los primeros obispos. Asombrosamente, los apóstoles sentaron las bases de lo que se convirtió en la Iglesia católica, que transformó una cultura romana pagana en una cristiana en un tiempo relativamente corto.
En su primer discurso a los cardenales, el papa León XIV los exhortó a ver la muerte del papa Francisco y el cónclave como un acontecimiento pascual. Nuestra fe como católicos no está puesta en la persona del papa. Es la Iglesia de Jesucristo, y cada papa es un siervo líder de la Iglesia por una temporada. Los papas no están llamados a ser innovadores que inventen un nuevo Evangelio. La responsabilidad principal del Santo Padre es transmitir la fe que fue originalmente articulada por los apóstoles a la siguiente generación. El papa ayuda a los católicos a comprender cómo aplicar las verdades antiguas de nuestra fe apostólica a las circunstancias únicas del momento presente.
El papa León recordó a los cardenales: “Desde san Pedro hasta mí, su indigno sucesor, el papa ha sido un humilde servidor de Dios y de sus hermanos y hermanas, y nada más que eso… Es el Señor resucitado, presente entre nosotros, quien protege y guía a la Iglesia y continúa llenándola de esperanza mediante el amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5). Nos corresponde a nosotros ser oyentes dóciles de su voz y ministros fieles de su plan de salvación, recordando que a Dios le gusta comunicarse —no en el estruendo del trueno ni en los terremotos, sino en el susurro de una brisa suave (1 Re 19,12)… Es hacia este encuentro esencial e importante que debemos guiar y acompañar a todo el pueblo santo de Dios que se nos ha confiado.”
Les insto a todos a orar diariamente por el papa León XIV mientras asume el manto de Pedro para la Iglesia en nuestro tiempo. Oremos por fortaleza y sabiduría para nuestro Santo Padre al asumir esta responsabilidad humanamente imposible. El papa León debe apoyarse en la misma verdad que sostuvo a Pedro: que para Dios, todo es posible (Mt 19,26).